miércoles, 1 de octubre de 2008



El 5to libro de Luis Alberto Vásquez
Un Latino en Nueva York

Escribe: Alberto Ríos Ramírez

Conozco a Luis Alberto Vásquez desde mediados de los años sesenta, teníamos entonces cuatro o cinco años de edad y cursábamos los primeros años de educación inicial en el inolvidable Jardín de la Infancia de la Plazuela Libertad en la vieja ciudad de Moyobamba. Doña Encarnita Loja y su inagotable ternura guiaba nuestros pasos iniciales.
Moyobamba era entonces el paraíso perfecto que cualquier muchacho hubiera querido habitar, nuestros días transcurrían entre “cachacos y ladrones” en los misteriosos barrancos de la ciudad. La magia del cine en incontables tardes de domingo nos trajo a Cantinflas, las películas mexicanas con harta música ranchera, Luis y Antonio Aguilar, Lucha Villa, Rodolfo de Anda, don Andrés Soler y Antonio Badú, los western spaghetti de Sergio Leone y Giuliano Gema, Sartana y Klaus Kinski, el humor de Luis Sandrini y los musicales de Palito Ortega formarían parte de nuestro imaginario de toda la vida, nombres que valen la pena recordar, hoy que el viejo cine teatro Moyobamba se fue para siempre.
Las tardes de fútbol en el campo 28 y luego en el Estadio Municipal completaron nuestros días de felicidad, con un pase gol de Pepe Velarde o el grito ensordecedor de la tribuna cuando ganaban el “Deportivo Hospital”, el “Sargento Tejada”, pero sobre todo y ante todo el Atlético Belén.
La música la ponían Jhony Montalván y su órgano electrónico. Cuando nos visitaban Juaneco y su Combo y Los Mirlos, hacían bailar a las admiradas internas del colegio Ignacia Velásquez, tiempo después nos enteraríamos que esa admiración se llamaba amor platónico.
Como todos los jóvenes de la época Lucho se fue a Lima en el 79, optó por Ciencias de la Comunicación y Periodismo y con ese oficio, recorrió diversas redacciones donde formó su fibra de escritor, lector impenitente de buena literatura: Benedetti, García Márquez, Galeano, Bukowski, Juan Gonzalo Rose y Luisito Hernández integran su santuario personal. Militante consecuente de la justicia y la verdad, aunque a no dudarlo, hay una militancia que ha cultivado con particular apego: la heterodoxia en materia de amor.
Luis Alberto es un viajero apasionado y no le creí cuando me dijo en una fría tarde del invierno limeño que se iba para Nueva York, buscando un futuro mejor; porque su futuro ya estaba creado en este lugar de la amazonia como uno de sus escritores más importantes. Creo que en esencia viajó siguiendo su instinto de aventura y en hora buena que haya sido así, porque bajo ese instinto aterrizó en el JFK y se fue a la apacible Long Island a trabajar como cualquier migrante en jardinería, cocina o lo que fuera, porque sin billete en Estados Unidos no necesariamente se hace camino al andar.
Con toda esa mochila de sensibilidad y amor a la vida, recorrió ciudades y pueblos de la costa este y aprendió que en ninguna parte, el sol se viste de naranja como en West Palm Beach y que el frío de Nueva York no sola moja los zapatos, también congela lo más profundo del alma de tanto extrañar.
A Lucho Vásquez aún le maravillan las obras de gran ingeniería que vio en los Estados Unidos, la sonrisa de una rubia al paso y la luna de Jacksonville junto a su amigo Alfonso “Pocho” Simons. También le vuelven loco, la coquetería incomparable de Andrea Montenegro, la mirada de Valia Barack a la distancia, ver a la U campeón en Nueva York y que un cebichito o arroz con pato a la norteña, siempre sabe mejor en casa, aunque en Nueva Jersey sientas que el corazón late a cien por hora.
Las ochenta páginas de su libro se recorren bajo el contoneante ritmo del son cubano que le imprimen dominicanos, caribeños y colombianos que aparecen en él y como para componer un son, sólo se necesita un motivo como decía el maestro Ismael Miranda, felizmente Lucho Vásquez ha encontrado muchos de puro afecto y amor a su país y que hoy nos regala en este libro al que ha denominado Un Latino en Nueva York, que constituirá sin duda un aporte particular a la letras amazónicas.

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