Dejó de pasar por mi hospedaje de un momento a otro, sin que tuviera el tiempo necesario para animarme a entablar una conversación. No intenté averiguar su ausencia.
Por las tardes salía a sentarme sobre una mecedora, fumando un cigarrillo, contemplando el horizonte y mirando el puerto. Otras veces me arrimaba a un tronco y desde allí me quedaba quieto oyendo el murmullo monótono del río, sin animarme a salir a dar un paseo, tal vez con la ligera esperanza de verla aparecer por el camino angosto, haciendo a un lado las hojas del limonero, apretando las hojas secas y espantando a los animales.
No quise preguntar porque me sentía perdido, sin darle lógica a mi estado de ánimo. No estaba seguro de abrigar algún sentimiento que me lastimara y menos cuando estaba próximo a cumplir 50 años, en que creemos que todo lo relacionado al amor y sus retoques es parte de nuestro dominio.
Pasaron los días, tal vez un mes. Había recobrado las ganas de continuar con mi historia cuando Raúl me dijo que en un pueblo cercano, a dos kilómetros de donde nos encontrábamos, se estaba realizando una velada. Así que pensando que era sábado y el calor no nos permitía conciliar el sueño, acordamos enrumbar hacia el pueblo vecino con el ánimo de conversar un poco, tomar algo de aguardiente y divertirme contemplando algunas danzas y bailes que efectuaban los niños de la escuela.
Antes de ir acordé darme un baño en el río Huallaga. Lo hice despacio, a ratos animándome a dar brazadas sin llegar al medio del río, con el único fin de estimular mis músculos. Sentí hambre y me vestí rápidamente oyendo el croar de los sapos. Cuando levanté la vista observé que alguien se acomodaba entre los arbustos. No di importancia al asunto porque los huertos de las casa ribereñas suelen dar al puerto y uno que otro peón buscan los arbustos a estas horas de la tarde.
Caminamos como media hora sintiendo que la bulla de los instrumentos musicales nos llegaba con mayor nitidez. Vi a Raúl intentando aligerar sus pasos. Así que yo hice lo mismo y llegamos cuando unas muchachas empezaban una danza. Nos quedamos a la entrada del local que era apenas un espacio delimitado por hojas de shapaja con techo cubierto de la misma palmera. Antes que me fijara en los demás, Raúl me alcanzó un vaso con aguardiente con una raja de limón. Lo tomé despacio porque sabía de sus efectos. Algunas personas me saludaban estrechándome las manos. Otros me llamaban profesor como una forma de guardarme respeto. No reconocía a ninguna de las danzarinas a pesar de mi permanencia en el lugar hacía buen tiempo y que me sería fácil reconocer a todos los pobladores.
Como tuve ganas de fumar me alejé del lugar y me acerqué a un sitio donde había un tronco caído. Puse los pies sobre ella, prendí mi cigarro y aspiré profundamente. Me alejé un poco más, acercándome al río, sintiendo la suave brisa que me golpeaba el rostro. La música me relajaba y me invitaba a soñar en esta tierra que me permitía respirar tranquilamente, sin las preocupaciones de una ciudad. Me quedé parado a la orilla, botando el humo, oyendo cómo las piedras eran golpeadas por las aguas. Cerré los ojos por un momento y cuando los abro observo a Mariana, parada cerca a un tronco de coco. Me quedé quieto, sin ánimo de moverme. Ella tenía los dedos entrelazados como intentando apaciguar mi ánimo de acercarme a su lado. Su pelo largo se agitaba con el viento y una mantilla blanca que cubría su cuello se soltó elevándose con mucha suavidad, para caer a la orilla del río. Entonces cuando intenté hablar puso uno de sus dedos en la boca y me hizo guardar silencio. Luego se alejó hasta perderse entre los arbustos. Moví la cabeza y cerré los ojos por un momento para abrirlos violentamente y definir mi estado de ánimo. No era un sueño, yo estaba ahí y ella acababa de estar frente a mí. Me encaminé en busca de Raúl con el fin de contarle la historia, pero me desanimé, echaría la culpa al aguardiente. Sin embargo, cuando me fijo en las muchachas que danzaban la veo, moviéndose, siguiendo el ritmo con una cadencia que deslumbraba. De pronto sus ojos se fijaron en los míos y, como si estuviese esperando el momento, sonrió mientras hacía a un lado la cabeza. Solo unos segundos bastaron para sentirme nuevamente cautivado. Ella agitaba sus manos, su falda y todo su cuerpo se balanceaba con cierta perfección. Por momentos parecía que no existían otras muchachas y solo estaba ella deslumbrando a todos, aunque me daba la impresión que bailaba solo para mí, regalándome su sonrisa, volteando el rostro, fijando su mirada, alargando su cara hasta sentir su aliento. Era la impresión que tenía. Apuré al poco aguardiente que tenía en el vaso y cerré los ojos para quedarme con su imagen arrolladora. No sé cuánto tiempo estaría así, solo sé que al abrirlos ya mariana no estaba en el ruedo. Levanté la vista, buscándola. Me abrí paso entre la gente que se arremolinaba en torno al escenario y salía al patio. De pronto la vi caminar hacia los arbustos. Iba despacio. Intenté seguirla, quería cogerla de los brazos, decirle algo, aunque no sabía bien qué era lo que tenía que decir, pero ella fue más rápida. Corrí y de pronto, en medio del bosque escuché su risa esparcida por toda el área. “Mariana, no te vayas”, intenté gritar, pero las palabras no me salían. Su risa siguió sonando por mucho tiempo. Me senté sobre la hierba, pensando en esa extraña muchacha que se mostraba esquiva y en mi comportamiento que empezaba a preocuparme.
Raúl me despertó cuando amanecía. “Demasiado aguardiente”, me dijo mientras me limpiaba la camisa.
Autobiografìa
Nací en Sauce, en la selva peruana (Tarapoto – San Martín) y decidí convertirme en escritor desde la edad de 8 años, cuando descubro los cuentos de “Las Mil y Unas Noches”. Aparte de eso, el convivir con mis tías y mis abuelos facilitó mi acercamiento a la creación, porque cada noche de verano, poco después de la cena, sacábamos la esterilla hacia el patio para disfrutar de la brisa que nos llegaba del río Huallaga y mientras contemplábamos las estrellas, el abuelo iniciaba una ronda de cuentos de cuando se dedicaba a cazar animales, o cuando se iba de pesca, o cuando era un joven comerciante por la frontera con el Brasil.
Mi tía María seguía con los cuentos hasta pasada la medianoche, en que escuchábamos los últimos relatos medio dormidos, soñando con los personajes. Yo creo que a partir de ahí empieza mi fascinación por escribir y tratar de compartir estas experiencias relatadas por mis abuelos y tíos. Pero, por otro lado, el vivir en la costa, me permite descubrir otra realidad. No existe el romanticismo que esconde la selva, ni la poesia en cada uno de sus atardeceres; existe otra realidad, más chocante, más agresiva, pero también de mucho reto.
Hace algunos años publiqué dos libros de relatos: “Sinfonía de Ilusiones” y “Nunca me han gustado los lunes”, ambos ambientados en la selva; en la revista "La Tortuga Ecuestre" un cuento largo titulado “Sanguaza”. En el 2009, Temática Editores Generales publicó "Historias de amor desesperados", un libro que contiene una novela corta y seis relatos, todos ambientados en la zona del Huallaga central, en la selva peruana. La revista La Tortuga Ecuestre publicó una serie de cuentos con el título "Papá no era un sabio", y el Centro Cultural Rezistencia (Tarapoto) publicó "La Perla del Huallaga" (2011) una novela de corte juvenil. En el año 2012, publicó "La sonrisa de Mariana", último libro de cuentos ambientados tanto en la selva del Huallaga Central como en algunas ciudades de Europa.
Bibliografía: |
La abuela no veía mejor que el abuelo (Cuento, 1963 palabras) |
ROSENDA (Cuento, 2990 palabras) |
Papá no era un sabio (Cuento, 526 palabras) |
Con los brazos cruzados (Cuento, 522 palabras) |
Inquilino (Cuento, 1496 palabras) |
Virgen (Cuento, 1590 palabras) |
Demasiado tarde para soñar (Cuento, 2502 palabras) |
Un hijo es un hijo (Cuento, 608 palabras) |
El casillero 34 (Cuento, 1187 palabras) |
¿PASOS? (Cuento, 4056 palabras) |
Descubri que caminas (Poesía, 58 palabras) |
Barro y miseria (Poesía, 82 palabras) |
Ayer se fue mi padre (Poesía, 64 palabras) |
¡Ay Juanita! (Cuento, 2913 palabras) |
La tierra de los demonios (Cuento, 2271 palabras) |
Ella esta ahi, jalando a la niña (Poesía, 93 palabras) |
Larga espera (Poesía, 95 palabras) |
ropa sobre las piedras (Poesía, 45 palabras) |
Mi amigo Sergio y la guitarra azul (Cuento, 1225 palabras) |
UN PUNTO EN LA NEBLINA (Cuento, 2943 palabras) |
SINFONIA DE ILUSIONES (Cuento, 2092 palabras) |
Por unas chapitas (Cuento, 1904 palabras) |
Un extraño en casa (Cuento, 1438 palabras) |
"Tu nombre" (Cuento, 991 palabras) |
¡Qué bueno tenerte cerca! (Poesía, 83 palabras) |
LOS OJOS DEL ALMA (Reflexión, 198 palabras) |
UN AMIGO (Reflexión, 66 palabras) |
La sonrisa de Mariana (Cuento, 1053 palabras) |
LA ESPERA DE EDUCO (Cuento, 677 palabras) |
LINDAURA (Narración, 900 palabras) |
Paraíso de ilusiones" (Fragmento) (Narración, 564 palabras) |
PARAISO DE ILUSIONES (fragmento) (Narración, 1413 palabras) |
Hoy cumplo cincuenta años y solo tengo estas dos monedas de diez céntimos (Narración, 191 palabras) |
GATOS EN CELO (Cuento, 1670 palabras) |
FIN DE LA PELEA (Cuento, 133 palabras) Fuente: Los cuentos.net |
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